Los pueblos celtas sentían un gran apego por la tierra.

Cada lugar tenía su nombre y su leyenda. Razón por la cual el paisaje adquiere en su cultura un significado espiritual y un carácter sagrado.

Entre aquellos, los poetas formaban coorporaciones estimadas y privilegiadas, pues eran el depósito de sus leyendas y creencias.

Eran la memoria de un pueblo.

Desde estas mismas rocas conremplaron la doma de los potros que habrían de montar en el combate.

Junto a este mismo río levantaron sus cabañas, derramaron sus rebaños y leyendas y bebieron el profundo licor de las grosellas.

Y, en noches de luna llena como ésta, cortaron con sus hoces sagradas plantas de muérdago para ofrendar al dios de las montañas.

Todavía se escucha, cuando nieva en la noche, el eco de sus flautas y cítaras perdidas.

Todavía se escucha cuando nieva en la noche, el rumor de sus gritos guerreros.

Pero de nuevo brilla el sol, se deshace la nieve y el dios de las montañas queda solo.

Solo y lejano como mi corazón ahora.

Como mi corazón ahora.

Como guerreros se han uniformado. Cada cual se ha colocado su vestimenta y sus útiles de guerra con minuciosidad, ceremoniosamente. Y saltan al campo.

El combate tiene lugar en una pradera verde. El hombre retorna a la época agrícola, retrocede a los tiempos trivales. el combate es a muerte. Es un sacrificio de los mejores jóvenes.

No faltan los héroes de leyenda rubios y fuertes, que empujan con fuerza como lo hicieran los pueblos invasores del norte, y airean sus melenas rubias que recuerdan a los rayos del sol.

El público entona cánticos tradicionales y cánticos de guerra.

A veces la batalla también se celebra en los graderíos.