El aroma llega con tu nombre
💨Jamás podré olvidar la ternura de los años vividos en mi tierra, la certeza de que todo me fue regalado sin otro precio que el dejarme llenar de aromas, olores, sonidos para siempre.
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Retrato | Francisca González del Castillo |
Mi abuelo tenía un huerto, el “Rozo” se llamaba, todo lleno de almendros. Cada tarde, Dios, bajaba a llenarse de su aroma para olvidar la ingratitud de los hombres. ¡Tanta belleza alba en apenas un cuenco de tierra seca! Porque envidiaba el blanco de sus pétalos, se tornó blanco el color de la tarde. Y también, blanco era el caballo del novio, el fiel caballero de la princesa envuelta en el hechizo de aquellos testigos de alada copa blanca que sahumaban y protegían a los protagonistas dispuestos a defenderlos de cualquier peligro dentro de las altas paredes del huerto. El caballo de José parecía nube que hubiese tomado forma para galopar hacia un destino fijado. El suelo polvoriento del camino, se resquebrajaba, dolorosamente inútil, a la espalda de quien galopaba raudo hacia la muchacha que esperaba, recién estrenado su amor como los almendros estrenaron sus flores aquella primavera.
Cuatro gotas apenas sueño, habían logrado, a duras penas, que el “Rozo” luciese con la nieve blanca que llenaba el suelo cuando un golpe de viento venía a refrescar la tarde en su inevitable discurrir hacia la noche. Cada mañana, el abuelo miraba el cielo, en muda súplica, con la tristeza reflejada en los ojos. Las ovejas triscaban monte arriba del huerto disputando a las cabras los mínimos brotes de los olivos que nunca alcanzarían por más que lo intentasen. Mi tía Antonia, 15 años recién cumplidos, sentada en una sillita baja de anea y madera bruñida, con la almohadilla apoyada en sus rodillas y sobre el tronco de uno de los almendros, hacía encaje de bolillos. Los mínimos palitos de naranjo torneados con dibujos concéntricos, simetría artística de Pelayo, el artesano del pueblo, bailaban entre sus manos impulsados rítmicamente al aire y cayendo sobre el picado de cartón que mostraba el dibujo mediante puntitos casi invisibles que señalaban la forma de la labor. El encaje, ganaba belleza y destacaba exacto entre los alfileres de cabezuelas negras y alguna de color. Para la joven la tarde discurría lentamente.
Largas son las horas cuando se espera la llegada de la persona amada. El aire denso, penetraba hasta mi garganta impregnado del aroma de los almendros que lucían la plenitud de su hermosura, flores de pétalos increíblemente tersos y suaves que yo llevaba a mi boca y mascaba con deleite hasta confundir, voluntariamente, su textura con el manjar, más dulce, que merendaba cada tarde: miel de brezo y romero untando la morena rebanada de pan que me daba la abuela.
Jamás podré olvidar la ternura de los años vividos en mi tierra, la certeza de que todo me fue regalado sin otro precio que el dejarme llenar de aromas, olores, sonidos para siempre. Un tesoro que sueño cada noche para no perderlo al ir creciendo y, antes de que la memoria me juegue una mala pasada.
SOBRE ESTA BITÁCORA

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Buenos días, Carmen: No han podido ser más gratos al leer tus recuerdos infantiles, tan enternecedores y bellamente relatados. Los he releído y han hecho que recuerde algunos de los míos infantiles, en el que también fue "mi" pueblo de entonces, Villafrades.
ResponderEliminarGracias, por haberme hecho sentir feliz. Y también a Froilán por su intuición de acompañar tu relato con el impresionante retrato de su gran colaboradora Francisca, la pintora de Curiosón. Los tres merecéis un diez.
Bonitos los recuerdos infantiles de tu tierra extremeña, con los almendros siempre presentes, incluida la nieve que les cubría a veces y esos atardeceres que nos narras. Y esos aromas, olores y sonidos que todavía recuerdas de aquel entonces y que aquí nos describes con tu habitual maestría. Saludos.
ResponderEliminarY con qué delicadeza y ternura nos has relatado los recuerdos de tu infancia, nos ha retrotraido a los nuestros. Jamás se olvidarán porque permanecen para siempre en nuestra memoria, visiones, olores y palabras.
ResponderEliminarCuando leo tus bellos relatos, Carmen, presiento que aún te sientes niña al rememorar y ver como disfrutas de tus infantiles recuerdos en tu pueblo extremeño, como paladeas la nostalgia y nos haces disfrutar de tu pasado, gracias a que tu pluma está repleta de ternura y sentimiento.
ResponderEliminarLe viene bien a Carmen estas palabras vuestras. Ella sigue inmersa en la faraónica labor de recuperar toda la obra de su marido, nuestro gran poeta palentino Marcelino García Velasco. La semana que viene ya está programado un texto en la serie "En su nombre", que sigue mirando con amor la obra del poeta, pero que comienza a hablarnos de la suya: " Cada poeta sabe lo que hace, como yo sé lo que hago y hasta os puedo decir de qué alimentos se nutre."
ResponderEliminar@Paqui habla por sus imágenes. Gracias Javier, siempre atento a lo que sale. @Gracias Julián, que nos sigues a diario desde León y te emocionas con lo que va saliendo. @Gracias, Alfonso, que viene con una emocionante historia sobre Dueñas. Anímense y dejen aquí sus impresiones, que siempre nos empujan a seguir. Buenas tardes a todos los lectores y amigos, que ayer llegaron a los 1900.
Cuando la prosa se funde con la poesía y aviva la memoria de alegres vivencias de infancia, florece un gozo profundo en el corazón de quienes la leen. Su don es la dulzura, su esencia, la generosidad. Me refiero a la escritora palentina Carmen Arroyo.
ResponderEliminarAquí👇 la reseña que puse en la red X.
https://x.com/cgguadilla/status/1884952930215760029?s=61&t=qSOa9W7SU5kh_AdxosxT-w
Pueden repostear el X, para que lo lean bastantes personas ☝️
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