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El trueque del siglo XXI

Mercedes de la Rosa escribe un interesante artículo en El Semanal de El País. Atando hilos, no de seda, sino de ayuda mutua, compañerismo, buena vecindad, me vino a la mente que, desde antiguo, lo observé y aprendí en mi familia: cuando alguien no sabía hacer alguna cosa, preguntaba y encontraba a otra persona dispuesta a ayudarle en ese cometido y la sacaba del apuro. Comprobé que la prestación era, de inmediato, pagada con algo, de calidad o en especie que, también podía serlo, pero en todo caso, las dos personas quedaban satisfechas. La comunicación era fluida. Hoy, cada uno en su casa, Dios en la de todos y, a veces, hasta sin Dios, pues -aunque no ocupa- puede hacer pensar y cuanto menos se piense, ¿mejor?


De F.S. Church, 1874 | Esta imagen está disponible en la División de Impresiones y Fotografías de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos bajo el código digital cph.3c01495. | Commons

En la residencia Puente de Hierro recogen firmas. Pedí a la Junta de Castilla y León y al Ayuntamiento que solucionen el problema de mal acceso para salir -con sillas de ruedas- y dar un paseo por nuestra calle Mayor, larga y hermosa. Decía Santiago Amón y asentía M. García Velasco, que llegaba hasta Valladolid. Quienes viven en la residencia, felices con llegar a correos. Pero no pueden por cómo está ese pequeño espacio lleno de toboganes que, en un descuido, la silla sale brincando para ganar la carrera hacia abajo pero se planta fija cuando hay que empujarla en sentido contrario.

A mi madre, una señora, Jenara, en Valladolid, le enseñó a hacer mantecados. Mi madre ponía los materiales: buen aceite de la Sierra de Gata, manteca, harina, azúcar, huevos, canela y una copita o dos de anís. Jenara, su sabiduría dulceril, Se cocían en el horno casero de pereruela que el marido, albañil, había construido al lado de la casita, también hecha por él y un hermano en el barrio de San Isidro. Lo que sacaban se repartía a medias. Mi padre cuidaba de las hijas. Cercana la noche, cruzábamos las vías para que mi padre ayudase a llevar el balde de dos asas llenito de aquello exquisitos mantecados. Por supuesto, las vecinas salían a verlos y mi madre levantaba con orgullos aquella sábana de nieve con la que venía cubierto. Era la semana en que el domingo, contaba seis años, haría la primera comunión. Y los vecinos subían a casa para tomar mantecados. Los padres, además, su copita de orujo, que pa eso son hombres decía Jenara.



SOBRE ESTA BITÁCORA

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Esta bitácora nace en noviembre de 2008 con el ánimo de divulgar historias curiosas y entretenidas. Son 17 años acudiendo diariamente a la llamada de amigos que vienen de todo el mundo. Con +6.573.600 visitas, un mapa del románico abierto a finales de 2023 que ya ha recibido +755.500 consultas y +6.100 artículos en nuestra hemeroteca, iniciamos una nueva andadura. Comparta, Comente, síganos por nuestros canales de Telegram y Wasap. Y disfrute. ¡Es gratis!

2 comentarios en el blog:
J. Javier Terán dijo...

La historia que nos cuentas hoy en tu sección, Carmen, está referida a las ayudas que en tiempo pasado nos prestábamos unos a otros en el devenir de los días y en muchos aspectos de la vida. Uno enseñaba a otro aquello que no sabía y viceversa; y entre todos se conseguía salir adelante. Hoy las cosas cambiaron en ese sentido y cada uno va a lo que va (que es a lo suyo), y nadie se fija en nadie ni ayuda a nadie; salvo honrosas excepciones, claro, que también existen. Y es justo destacarlas, porque a cada cual lo suyo. Saludos.

Antonio Riaza (wassap) dijo...

Buenos días Froilan
Hoy Carmen Arroyo me ha traído unos recuerdos de mi infancia que ya tenía casi olvidados. No son los mismos, pero son tan parecidos.....Era época de hambre, de escasez, pero sobraba solidaridad. A veces era a medias, otras era un favor que te quedaba en el corazón para devolver o demostrar tu gratitud cuando podías. No estabas obligado a devolver, pero eras feliz cuando mostrabas tu agradecimiento. Era algo parecido a los mantecados de la madre de Carmen y de la señora Jenara. ???? Quizás, pero de lo que sí estoy seguro es que Dios estaba en la casa de todos.

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