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Escuelas de Velillas del Duque, hoy Teleclub | @De Kizar, commons |
Sin embargo, alguien del grupo de ancianos que a aquella hora de la mañana frecuentaban la solana del pueblo, masculló algunas palabras en voz alta para llamar la atención del resto:
-¡Pues parece que se confirman los pronósticos…! (intuyendo que la persona que acababa de preguntar por la casa del alcalde era la nueva maestra que, según había oído comentar, iba a llegar al pueblo para el nuevo curso).
Y añadió: -¡Lo que le faltaba ahora a este pueblo, que llegase una maestra tan joven!. ¡No sé qué clase de autoridad va a conseguir imponer en la escuela…!
-Aquí, lo que hacía falta es que viniese un maestro como los de antes, con mucho salero y curtido en años para que educase en condiciones a la chiquillería; a ver si así dejan de hacer las salvajadas que urden por las calles cada día; que ya ni a los propios padres les hacen caso…
Era el último día de vacación escolar y los chiquillos andábamos como apresurados de acá para allá, ultimando en completa libertad los últimos juegos y las últimas carreras alrededor del pueblo. Al día siguiente, comenzaría el nuevo curso escolar, gozando su inicio de una extraordinaria expectación, porque ya la noticia se había extendido como una exhalación por todo el pueblo. Y es que representaba una auténtica novedad para todos los habitantes del lugar el hecho de que una mujer –tan joven, además-, y no un hombre, fuese a hacerse cargo de la escuela: Los chavales porque quizá pensábamos que al ser maestra iba a ser menos estricta; y el grupo de ancianos, erre que erre y recelando de ella, porque sus principios les hacían pensar en otra dirección para la escuela.
Y todo ello, enmarcado en aquellos años 60 de nuestro país y en un ambiente rural cien por cien, donde la escuela era una institución muy respetada por todos los vecinos. Tras lo cual, los posteriores días transcurrirían en un ambiente de completa normalidad: nosotros acudiendo contentos a la escuela y ejecutando nuestros diferentes juegos al salir de clase; el grupo de ancianos llegándose cada día hasta la solana con sus mismos miedos e interrogando con fruición a sus respectivos nietos sobre las actividades que realizaban cada día en la escuela, por si lograban encontrar algún resquicio para abundar en su desconfianza; y el común de los habitantes del pueblo, metidos cada jornada en el desarrollo de las actividades agrícolas que les eran propias.
Entretanto Doña Carmen, la maestra, a la que quizás nadie le había manifestado abiertamente la pretendida oposición que contra ella existía por parte de algún sector de los vecinos, pero que seguro algún que otro comentario más o menos intencionado le habría llegado, continuaba con absoluta normalidad su actividad en la escuela. Si bien, queriendo dar una mayor proyección exterior al tema de la enseñanza con la creación de una clase para adultos.
Con la llegada del mes de diciembre, la vida en el pueblo parecía sufrir una especie de letargo, en el que tenía mucho que ver el cambio climático que propiciaba el invierno. Y quizás en parte debido a este motivo, lo cierto es que la clase de adultos se vio totalmente concurrida. Acudiendo a ella incluso el grupo de ancianos reacios de entrada a la presencia de la maestra en su pueblo; que lo harían un poco también por curiosidad ante la novedad que se les ofrecía. Pero muy pronto, más pronto aún de lo que, sin duda, ellos mismos imaginaron nunca, se vieron obligados a dar marcha atrás en sus apreciaciones y juicios de valor hasta entonces vertidos con manifiesta gratuidad en los diferentes ambientes del pueblo, solo por su cortedad de miras. Así que a la primera oportunidad que tuvieron, los ancianos que así pensaban se presentaron ante la maestra para pedirle humildemente perdón, por una postura tan primaria y sin ningún tipo de justificación, que habían mantenido frente a ella. Ésta, conforme a sus principios, les manifestaría que en ningún momento se había sentido especialmente observada; ni por ello le habían faltado las fuerzas para seguir cumpliendo con su deber. Comentarios en contra que, de alguna manera, ella entendería en los primeros momentos; dada la tradición habida en el pueblo de un maestro varón. Que hacía que no se viera con buenos ojos que una mujer tan joven fuese a ser capaz de ponerse al frente de una clase formada por chavales y chavalas de diferentes edades y transmitirles las oportunas enseñanzas de una manera efectiva.
Pero bien pronto el pueblo entero valoró en su justa medida a Doña Carmen y sus esmeradas enseñanzas, siendo objeto de innumerables muestras de cariño y de agradecimiento durante todo el tiempo restante que permaneció al frente de nuestra escuela. Y al grupo de ancianos, a los que ella había tomado un especial cariño, les hizo un ruego muy particular; que en prueba de conformidad, no perdiesen ni una sola de las clases de adultos, porque eso representaría para ella la mejor prueba de reconocimiento de su valía como maestra en la localidad. Andando los años, muchos, hay que decir con la voz muy alta que el buen hacer de Doña Carmen, nuestra maestra, y el cariño de todo un pueblo para con ella, se pondría de manifiesto una vez más en un sentido y emotivo homenaje que le fue tributado con motivo de su jubilación en la profesión. En honor a la verdad, hay que reconocer que Doña Carmen, o Carmina como gustaba le llamasen los vecinos del pueblo y, a la sazón, maestra de todos nosotros, los chavales del lugar en aquellos irrepetibles años 60 y 70 del siglo pasado, dejó una muy profunda huella en positivo en todos y cada uno de nosotros, tanto por sus extraordinarias y exquisitas enseñanzas, adelantadas a su tiempo en gran medida; como por su bonhomía como mujer.