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Sobre imagen De María Cardarelly - Fundación Rosalía de Castro, commons | |
Juantxu me sugiere comer en Padrón y visitar después la Casa Museo de Rosalía. Ya lo intentamos hace dos años, pero la imprecisión de las indicaciones, o nuestra mala interpretación de las mismas, nos dejó con las ganas. La cosa era intentarlo de nuevo y aprovechar así para confeccionar esta madeja dedicada a la memoria de Rosalía, una de las grandes poetas de la literatura española, que dio el último suspiro en esta casa de las afueras un 15 de julio, a la edad de 48 años. Rosalía no lo tuvo fácil ni para nacer, inscrita como hija de padres incógnitos y evitando el ingreso en la Inclusa gracias a la mediación de su madrina. Mientras hacemos un recorrido por las distintas salas, me imagino la cara de asombro de Rosalía, si despertara de improviso, ante la cantidad ingente de libros que se publicaron después de su muerte, cuando tan canutas las pasó para ver su primer libro impreso a los veinte años en Madrid. Sentirse, por fin, tantos años después de muerta, reconocida y admirada, después del vapuleo que sufrió por escribir en su propia lengua y las duras circunstancias por las que atraviesa en los últimos años de su vida, muy bien reflejadas en "Las Orillas del
Sar".
Yo también ando tarde para reconocerlo, pero esta visita inesperada me ha servido para reactivar mi admiración por ella. El acto tan logrado de su
Cantares gallegos, que sirve de espejo a la comunidad y al mundo, la última petición a sus hijos para que quemen los trabajos literarios que, ordenados y reunidos por ella misma, dejaba sin publicar. Y la última señal de su poesía en aquella última petición a su hija Alejandra: "Abre esa ventana que quiero ver el mar". Un canto al amor, a las costumbres, a la sociedad rural en que vivió. Un canto al mundo que, aunque tarde, le hace una inmensa ola a su desvelo.
Actualización, Abr2025 | 520👀
Adiós ríos, adiós fuentes
Adiós, ríos; adiós, fuentes;
adiós, arroyos pequeños;
adiós, vista de mis ojos,
no sé cuando nos veremos.
Tierra mía, tierra mía,
tierra donde me crié,
huertecilla que tanto amo
higueruelas que planté.
Prados, ríos, arboledas,
pinares que mueve el viento,
pajarillos piadores,
casitas de mi contento.
Molino entre castaños,
noches de luz de luna
campanitas timbradoras
de la iglesia del lugar.
Zarzamoras de las zarzas
que le daba yo a mi amor
caminos de los maizales
¡adiós para siempre adiós!
¡Adiós, gloria! ¡Adiós, contento!
¡Casa donde yo nací,
dejo mi pequeño pueblo,
por un mundo que no vi!
Dejo amigos por extraños,
dejo vegas por el mar,
dejo en fin, cuanto bien quiero…
¡quién pudiera no dejar!
Adiós, adiós, que me voy,
hierbas de mi camposanto,
donde padre se enterró,
hierbas que he besado tanto
mi tierra que nos crió.
Ya se oyen lejos, muy lejos
campanas del manzanal
para mí, ¡ay! pobrecillo
nunca más me tocarán.
¡Adiós también, ay querida…
Adiós por siempre quizás!
Te digo este adiós llorando
desde la orilla del mar.
No me olvides, ay querida,
si muero de soledad…
tantas leguas mar adentro..
¡Adiós mi casa!, ¡mi hogar!