Robert Capa fotografió una casa en Madrid, después de un bombardeo

Estamos hablando de la Guerra Civil española, y de Vallecas, en el sur de la capital. 

A este barrio, en la posguerra, acudieron en masa ejércitos de derrotados, desesperados y desahuciados de sus localidades. Invisibles como eran, construyeron de la noche a la mañana, literalmente, todo un pueblo de chabolas. Lo llamaron el Pozo del Tío Raimundo. He visto imágenes de su construcción, en alguno de los bares abiertos en lo que ahora es un barrio nuevo, sano, habitable. Métodos rudimentarios, manos duras, rostros afilados, el Pozo forma parte de un mito: el de la resistencia. Hay quien prefiere el mito a la realidad; y hay quien tergiversa la realidad para que se deshaga el mito, como un azucarillo en el café. Teniendo en cuenta que cada vez se consume menos azúcar, los cafés son hoy en día amargos y ásperos. Pero así es la realidad, que no necesita edulcorante.

En Vallecas se encuentra el cerro del Tío Pío. He ido muchas veces allí. Lo forman siete lomas redondeadas de formas suaves y blandas. Los historiadores afirman que desde allí se veían las baterías del Ejército franquista disparar sus obuses. Hoy se ve la torre de Telefónica, y un montón de tejados, algunos insignes y solemnes; otros más bien discretos. Ahora, todo los desbarata la contaminación, pero en su momento debía de respirarse en esa zona un aire puro, limpio, vivo. Sigue siendo un lugar para la ensoñación, para cerrar los ojos y cabalgar sobre las nubes imaginarias hacia destinos inciertos, que son todos. La vida de los hombres y mujeres suelen ser retorcidas, como las raíces de las acacias, encerradas en sus alcorques, que abanican las avenidas de la ciudad. En un momento dado se despliegan sus bondades espléndidas y. luego, todo desaparece, con el invierno frío y feroz.

Vemos esta foto y creemos en la muerte. La versión oficial cuenta que Capa encontró la foto igual que el miliciano la bala que le quitó la vida casi por azar, en septiembre de 1936, en el Cerro Muriano. La leyenda urbana asegura, sin embargo, que la imagen forma parte de un ensayo. Capa tomó su Leica una mañana tranquila de finales de verano, que pasó sacando fotos a un grupo de soldados a los que daba instrucciones de cómo morirse de mentira. Pero yo veo ese cielo de plomo y pienso en la muerte. Y veo cómo el fúsil se escapa de una mano sin fuerza, sorprendida, y pienso en la muerte. Y veo las ropas de civil, el inútil cartucho de municiones ceñido a la cintura, la camisa tan blanca como la del fusilado de Goya, el estupor del vivo que cierra los ojos y sabe, como nunca antes ha sabido otra cosa, que ya no es, y pienso en la muerte. El miliciano de Capa en la orilla de la imagen es la vida arrancada de cuajo, el viento que te empuja fuera de una foto, que te convierte en sombra alargada, la última de las mañanas de septiembre que tendrás derecho a disfrutar.

Texto: Patricia Esteban Erles




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